Alumno: Nancy Cornejo Cázares
Universidad Nacional
Autónoma de México
Facultad de Filosofía y
Letras
Colegio de Letras
Hispánicas
Literatura mexicana 6
(siglo XIX-2)
Dra. Mariana Ozuna
Castañeda
CONSTRUCCIÓN DE LOS TIPOS EN BAILE Y COCHINO. LECTURA DE JOSÉ TOMÁS DE CUELLAR
Hacia el año de publicación en México de Baile y cochino (1886), en el país se
lidiaba con el lastre de más de sesenta y cinco años de revueltas:
Desde 1810 los mexicanos habían
vivido con el “Jesús en la boca”, inmersos en una serie interminable de
guerras: internas (liberales contra conservadores) e internacionales (contra
Estados Unidos y Francia), étnicas (de castas) y religiosas (la primera
cristiada en tiempos de Sebastián Lerdo de Tejada), contra indios de aquí
(mayas, yaquis), contra indios de allá (apaches, comanches), contra bandidos
buenos y salteadores de caminos, contra generales pronunciados y pueblos
sublevados. Con este pasado de sobresalto a cuestas nada anhelaban más que la
paz.[1]
Y dos años antes, Porfirio Díaz se hacía de nuevo
con la presidencia. En este periodo de relativa estabilidad política[2],
México ve surgir en el ámbito literario nombres como Gutiérrez Nájera, Salvador
Díaz Mirón, Manuel José Othón, Ireneo Paz, Amado Nervo, Luis G. Inclán, Rafael
Delgado, Ángel del Campo, entre otros: autores como Guillermo Prieto e Ignacio
Manuel Altamirano[3],
aunque vivos aún, vieron el encumbramiento de la generación modernista.
Brushwood menciona que hacia 1887, el realismo se perfilaba como corriente
literaria que buscaba “exhibir los hechos de la vida cotidiana”, acentuar las
flaquezas humanas y que respondía a una larga tradición en las letras mexicanas
y españolas.
Publicada, como ya se dijo, en México en 1886 y en
Barcelona en 1889, Baile y Cochino
formó parte de un conjunto de novelas de costumbre que se reunieron bajo el
nombre de La linterna mágica. Su
autor, José Tomás de Cuellar (1830-1894), bajo el seudónimo de “Facundo”,
aseguraba que con su linterna podía echar luz sobre las gentes, nada más
apuntándola hacia el suelo y con ello “hacer más perceptibles los vicios y los
defectos de esas figuritas” (Cuellar. xv). Así, esta novela se perfila como una
que ya no pinta el cuadro campirano de preocupaciones caseras, sino la estampa
citadina de ocupación cosmopolita. El motivo mismo de la novela engloba el
problema de las convenciones sociales: Los padres quieren hacer fiesta grande a
su hija y, al ser recién llegados de provincia, relegan la responsabilidad de los invitados a un
listillo de nombre Saldaña (Cuellar, 229, 233, 235), cuya habilidad empírica le
permite sacar provecho hasta del más pequeño encargo.
Los personajes son en su mayoría de esa clase media
a la que a decir de Lillian Von der Walde Moheno, Galdós consideraba “materia
prima novelable” (Walde, 190) pues, producto del progreso, la ciudad de México se
vio transformada al igual que su población[4]
y dados los hasta ese entonces constantes reacomodos políticos y económicos:
algunos hacían fortuna y otros lo perdían todo. Ejemplo de lo primero son Las
Machucas, estas jovencitas de fama irregular que “habían sido muy pobres, pobrísimas,
tanto que Saldaña, que conoce a todo México, suele decir, cuando le piden datos
acerca de ellas, que las conoció descalcitas.”
(Cuellar, 255).
La clase media, entonces, aumentaría considerablemente, se
diversificaría y mantendría siempre un contacto importante con el estrato de
origen, generalmente, el bajo. Las Machucas son de nuevo el ejemplo pues eran
apariencia desde el color de piel (Cuellar, 256) y en los gastos, hasta que abrían
la boca y, como se dice, sacaban el cobre.
El poder económico no necesariamente las hacía parte de aquella minoría que es
la clase alta y, en el caso de Enriqueta, venir a menos si se tuvo un inicio ya
de por sí cuestionable, aunado a lo impensable de trabajar, da como resultado
que el destino de aquella familia no podrá ser otro que el del parasitismo
nostálgico y la venta de la muchacha al mejor postor (Cuellar, 282-289).
Es aquí cuando se hace válida la afirmación de
Brushwood de que no es hasta Los de abajo
que se perciben literariamente las secuelas del fin de la dictadura porfirista
y de que “la novela comenzó a desempeñar con plena seguridad su función de
intérprete de la nación mexicana” desde mucho antes, desde Cuellar (entre otros
varios y más anteriores autores que menciona) y su Baile y cochino.
“Todo es mexicano, todo es nuestro, que es lo que
nos importa” (xvii), declara Cuellar en su prólogo y mediante la descripción y
sátira de los tipos que hace a lo largo de su novela, pone a la vista la visión
que tiene el autor de las diferencias socioeconómicas y hace sus propias
valoraciones. Dice Begoña: “Los personajes, se convierten en tipos que
conforman esa sociedad que describen, con los valores aceptados por la mayoría.”
En la construcción de los tipos, tuvo Cuellar
cuidado de hacer notar lo que consideraba característico de cada grupo: para
los garbanzos el “pos que quere agua” (353), para los nuevos ricos, el “hombre”
y el “caray” como interjección (257), para la gente como Chucha estaban los “mi’alma”
(281) y diríase que los galicismos dotaban de cierto estatus, pues salen a
relucir en momentos en que se pretende clase y, por supuesto el narrador los
emplea (237).
Por
último, ya se verá si es o no de notar el gran olfato de Cuellar como narrador
de la vida cotidiana, que en su novela retrata a “las niñas de la alberca Pane”
(Cuellar, 239-240, 262-265), a las que no pone más apellido o referencia que el
lugar al que asistían junto con su madre a convivir con sus novios (y a
bañarse) y que, casualidad o no, lleva el mismo nombre de la alberca en la que
hay registro de que el cinco de mayo de mil ochocientos setenta y ocho, el
general Porfirio Díaz se arroja a la alberca en rescate de un par de niños que
se ahogaban[5].
BIBLIOGRAFÌA
BEGOÑA,Arteta, “La novela del porfiriato: Un reflejo de su sociedad”, Universidad AutónomaMetropolitana. Versión Electrónica.
BRUSHWOOD,
J. S., “La novela mexicana frente al porfirismo”. Versión electrónica.
CUELLAR,
José Tomás de, Ensalada de pollos y Baile
y cochino, Antonio Castro Leal (pról.), Porrúa, México, 2010.
KRAUZE,
Enrique, Fausto Zerón-Medina, Porfirio
(6 tomos), Clío, México, 1993.
MONNET,
Jerôme, “¿Poesía o urbanismo? Utopías urbanas y crónicas de la ciudad de México
(Siglos XVI a XX)” en HMex, XXXIX: 3, 1990. Pp. 727-766.
WALDE,
Moheno, Lillian, Hacia una lectura social
de Los parientes ricos, Anuario de humanidades. Año VII, tomo II,
Universidad Autónoma Metropolitana, México, 1993.
[1] Krauze, Enrique, “Prólogo”
en Krauze, Enrique y Fausto Zerón-Medina, Porfirio,
Tomo IV: El poder (1884.1900), Clío, México, 1993. Pp. 20-21.
[2] Relativa paz política que no social. Begoña Arteta habla de escasos
movimientos armados, sin embargo, creo que más que por escasos, los
desencuentros armados entre el ejército nacional porfirista y la resistencia
rebelde, fueron relegados por aislados y por ser los problemas “de siempre”:
Los conflictos indígenas por la tierra. Recuérdese el acto represivo perpetrado
por el ejército federal en contra de los pobladores de Chihuahua y que quedaría
relatado en la novela de Heriberto Frías, Tomochic.
Cabe mencionar que tanto Brushwood (380) como Begoña mencionan la paz y las
ansias de orden como una constante entre los escritores del porfirismo.
[3] Altamirano tendría lo que define Brushwood como un “íntimo
convencimiento de que los ideales reformistas pueden ponerse en práctica y
optimismo manifiesto en cuanto a la posibilidad de su realización” (Brushwood,
371). En su revista El Renacimiento,
buscaría el impulso de una literatura nacional que considerara el carácter del
país y que de alguna forma, inculcara valores morales que él consideraba como
los deseables; el citado Brushwood
resumiría lo anterior con la palabra “orden” (372).
[4] “El paisaje de México,”no exento de cierta aristocrática
esterilidad” (Alfonso Reyes), comenzó a adquirir una fisionomía nueva, no
exenta de cierta burguesa actividad: ferrocarriles, fábricas, cultivos de
exportación, minas, bancos, comercios, zonas residenciales, alumbrado eléctrico,
telégrafos, teléfonos, puertos.” (Krauze, “Prólogo”, Porfirio, Tomo IV, p. 20).
[5] Krauze, Enrique, Fausto Zerón-Medina, Porfirio, tomo III: La ambición (1867-1884), Clío, México, 1993. Pág.
70.
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