Una de las preocupaciones más constantes de los historiadores de la literatura
hispánica, especialmente entre quienes escriben sobre el ámbito americano, es buscar las características comunes de la literatura del gran conjunto - aparentemente heterogéneo - de las naciones de habla española. Como contraparte, está también buscar las características que hacen de cada literatura nacional o regional algo delimitable, original y distinto de las otras literaturas escritas en español.
que la unen y le dan cohesión, cuanto diferencias que la segmentan y la regionalizan.
En cambio, en la crítica y en la historiografía literaria de los siglos XVIII, XIX y de la
primera mitad del siglo XX, las polémicas, discusiones y argumentaciones sobre si las
literaturas hispanoamericanas eran o debían ser dependientes o independientes
respecto de la literatura española peninsular se sucedían constantemente.
En la crítica y en la historia de la literatura mexicana - a la que me voy a limitar en
estos minutos - abundan los mismos argumentos y prejuicios. Entre éstos, es común
encontrar que el único camino que se reconoce y defiende como verdadero es el de la
filiación directa y sumisa a la literatura peninsular castellana o, en el otro extremo, el
llamado a romper con la tradición hispánica.
Los problemas que llevaron a esta toma de posiciones antagónicas se derivaron, en
parte, de las circunstancias políticas, y, en parte, del desconocimiento de la propia
literatura de América. Las luchas de independencia en las diversas regiones de
América constituyen, por supuesto, un factor esencial. No era posible que la mayoría
de los escritores y de los críticos dedicaran su tiempo y su energía a rescatar su
pasado próximo, sino que tenían que ocuparse intensamente en colaborar con su
pluma en la instauración y fortalecimiento de los nuevos gobiernos independientes, o -
como también sucedió - en atacar los movimientos de emancipación y defender el
viejo imperio español.
ARTÍCULO COMPLETO AQUÍ
No hay comentarios:
Publicar un comentario