Literatura
mexicana VI.
Profesora:
Mariana Ozuna Castañeda.
Licenciatura
en Lengua y Literaturas Hispánicas.
Alumna: Aline Abril Torres Lázaro.
Título: “El albur: Una comparación entre las
concepciones de Ángel de Campo y de Armando Jiménez”.
INTRODUCCIÓN
El
primero de diciembre de 1884, Porfirio Díaz toma posesión y rinde protesta por
segunda vez como presidente de la República. Desde ese momento, la promesa del
progreso mediante el afrancesamiento se volverá el eterno mito de la llegada de
la Modernidad: “Apertura de calles, creación de nuevas colonias, ejecución de
obras públicas, levantamiento de edificios majestuosos, introducción de
alumbrado de bombillas, diseño de jardines, monumentos, paseos, boulevares
[sic]. Díaz creyó en el pasado como en una fuente de legitimidad expresa y
cubrió de estatuas el Paseo de la Reforma”.[1]
Pero ese progreso no logró llegar hasta los lugares más recónditos de la ciudad
ni tampoco pudo salir de ella. Muchas familias vivían hacinadas en pequeñas
vecindades, las calles eran sucias y estaban mal iluminadas, y el fantasma de
la tifoidea comenzaba a rondar entre la población capitalina. Este sector
marginal de la población era sutilmente ignorado por la sociedad oficial y fue
precisamente de él del cual se inspiró Ángel de Campo para hacer muchos de sus
artículos humorísticos en el periódico El
Imparcial.
Ángel de Campo inicia sus labores
periodísticas entre los años de 1890 y 1891. En ese momento comienza un trabajo
mucho más mercantil en El Nacional,
que tuvo mucho que ver con la producción en serie y bajo presión que surge en
el mundo periodístico. Durante el año de 1896, el gobierno porfirista retira la
subvención gubernamental a más de cincuenta diarios, con la intención de
controlar la influencia pública de la prensa. Sus recursos se destinan a un
solo diario: El Imparcial. Debido a
su aparición salen de circulación dos de los periódicos más críticos del
gobierno de Díaz: El Siglo Diez y Nueve y
El Monitor Republicano. El Imparcial no cometerá el mismo error
que estos, hará un diario que divierta y entretenga a sus lectores; para hacer
esto posible le pedirá ayuda a Ángel de Campo (Tick-Tack), asignándole un
artículo humorístico cada siete días en una columna que llevará por título La Semana Alegre.
Desde su trinchera, aunque tal vez
no de una manera tan abierta, Tick-Tack criticará y retratará aspectos de la
sociedad y algunos detalles culturales que demostrarán que la principal
característica que presenta el gobierno de Díaz es la apariencia de lo que no
se es: la apariencia de lo moderno. Entre los primeros asuntos en sus
artículos, Tick-Tack se burla de la inútil división entre palabras nobles y plebeyas,
pues la cree sin sentido debido a que lo que la Academia considera como “correcto”,
en sus gramáticas y diccionarios, no tiene su correspondencia en el uso o habla
cotidiana de la gente común y corriente.
Es precisamente en este contexto
dentro del cual podemos ubicar su artículo humorístico titulado “El peligro de
las palabras pronunciadas con acento raro”, publicado el 26 de mayo de 1901 en
su columna La Semana Alegre, incluida,
como ya he mencionado, en el diario El
imparcial. Compararé lo dicho por Ángel del Campo en este artículo acerca
de las malas palabras, pero sobre todo del albur
en la sociedad mexicana con lo dicho por A. Jiménez en su capítulo de
“Idiotismos” en Picardía Mexicana (cuya
primera edición data de septiembre de 1960) acerca del mismo tema. Lo que
pretendo obtener mediante esta comparación es encontrar puntos en común y
diferencias entre ambos escritores, pues considero que existen muchos
paralelismos entre ambas concepciones, lo cual me hace pensar que la idea
central de lo que es el albur no ha
cambiado mucho con el paso del tiempo.
Antes de hacer esta comparación,
realizaré a continuación una breve introducción con la intención de definir qué
es el albur y cuáles son algunas de
sus implicaciones.
1.
El albur.
Para
comenzar a hablar del albur es necesario recordar cuáles son los principales
rasgos que involucra la dinámica del albur: a) tiene connotaciones sexuales, b)
tradicionalmente se lleva a cabo entre dos hombres, c) dentro de su práctica,
ambos participantes intentarán ubicar a su contrincante como la parte sexual
pasiva dentro de un relación sexual imaginaria y ellos mismos como la parte
sexual activa que domina al otro. Gana el que logra “someter” al otro y deja al
otro sin una contestación al albur
que ha emitido.
Blanca Estela Ruiz Zaragoza nos dice que el albur es
“darle a las cosas, con palabras, cierta connotación ya sea por similitud
fonética o física del concepto. Por lo general se relaciona con el sexo y con
las situaciones alusivas a lo sensual”.[2]
Este tipo de cosas no son mencionadas de manera directa porque suelen ser temas
tabú y existe cierto temor social de mencionarlas como son realmente. Según lo
referido por José Brú en el texto de Marisela Tachiquín, el albur es para el
hablante una manera de burlarse de las cosas serias y poder hablar de temas
prohibidos de manera abierta, pero encubierta. Quien es víctima de éste se ve
perjudicado momentáneamente, pero inmediatamente pone en marcha su ingenio para
intentar defenderse de los ataques de quien lo está albureando y no quedar como
la parte sexual pasiva dentro de la dinámica del albur.
Alfonso Hernández, director de estudios tepiteños,
nos dice, por otro lado, que el albur
[…] es
un proceso de gimnasia mental cuya esgrima popular y callejera, se resuelve en
un duelo verbal entre el individuo que lanza el reto y quien lo toma o lo
provoca. Alburear revela el lúdico caló del populacho expresado en verso y sin
esfuerzo, con una fuerte carga sentimental que alude al acto y a los órganos
sexuales en todos sus usos posibles y sus metáforas imposibles.[3]
2.
El albur: Ángel de Campo y Armando
Jiménez.
Armando
Jiménez, autor de Picardía mexicana,
nos dice que los idiotismos son:
[…]
las palabras y frases propias de un país
que van en contra de las reglas de la gramática. Nuestro pueblo tiene
abundancias de ellos y es indispensable conocerlos para comprender albures, cuentos, dichos, dicharachos y
conversaciones cotidianas del vulgo. Cambian constantemente; la mayoría son
vigentes una o dos generaciones y algunos, por excepción, alcanzan tres o
cuatro. Otros adquieren tal fuerza que la Academia se ve precisada a
aceptarlos.[4]
Ángel de Campo también veía en algunas de las élites
intelectuales de su época (la Academia de la Lengua, para ser más precisa) una
reticencia a este tipo de expresiones (a las que él no llama “idiotismos”, sino
“malas palabras”), reticencia que la califica con el nombre de
[…]
hidrofobia filológica, es decir, el estado de rabia, ira furor, paroxismo,
arrebato, arranque o dislocamiento, o como ustedes quieran mentarlo, que se
apodera del individuo y hasta la especie, cuando le dicen una palabra que en el
diccionario –que parece un colegio de Gonzagas o un conventículo de ancianos -,
resulta inocente y no figura, o figura en estilo figurado, o como caída en
desuso, pero que el uso sanciona como contundente y ofensiva; casi una bofetada
verbal.[5]
Posteriormente, Jiménez nos habla sobre los duelos
de albures y dice que “cuando los
albureros son en extremo hábiles –lo cual es muy común en algunas regiones del
país -, entonces la conversación parece normal y hasta recatada, pues hablan
con absoluta naturalidad, a pesar de que la intención de cada frase es otra,
muy distinta.”[6]
Ángel de Campo menciona algo
parecido acerca del doble sentido de los albures y de cómo, en algunas
ocasiones, es difícil su desciframiento e interpretación debido a la
complejidad de su articulación connotativa: “Y el sujeto de la oración, y usted
y cualquiera, analiza gramaticalmente la frase y no le encuentra nada de
particular, confesando que es un bendito, pues hasta las señoritas entienden y
usted no se las espanta.”[7]
Jiménez no menciona específicamente
en qué lugares se lleva a cabo la dinámica del albur, pero sí da a entender que
se da principalmente en los barrios bajos de la población, entre grupos
marginales y específicamente entre hombres. Por otro lado, Ángel de Campo nos
dice que los lugares en los que las “malas palabras” o los “albures” suelen ser
emitidos son en los trenes, los teatros, las fondas, las barberías, los
cementerios, los atrios de las iglesias, las esquinas, los andenes; es decir,
en todos lados, porque en realidad no cree que existan limitantes claros en la locución
de estas palabras. Para cerrar, hace también un cuestionamiento aún más crítico
hacia la Academia de la Lengua: si estas “malas palabras” o los albures son
proferidos en todos partes, ¿por qué se hallan exiliados de la literatura?
CONCLUSIONES
La
principal conclusión a la que llegué por medio de esta investigación, es que
ambos, tanto Ángel de Campo como A. Jiménez, hacen una severa crítica a la
Academia de la Lengua, tratando de hacer notar que ésta no incluye palabras de
uso popular como lo son las “malas palabras”, ni que incluye la acepción de albur tal y como la conocemos nosotros.
Los dos escritores mencionan que los albures requieren de un desciframiento y
un código específico que deben conocer ambos participantes de la dinámica del
juego. Quien realiza una aportación mucho más específica para la literatura es
De Campo, quien nos dice que tanto el albur
como las malas palabras deben ser incluidos dentro de la literatura, pues
también forman parte del habla cotidiana y reflejan un tipo de relación muy
particular de un sector marginal de la población.
BIBLIOGRAFÍA
Ángel
de Campo, Héctor de Mauleón (sele. y pról.), México: Cal y
arena, 2009.
Jiménez,
Armando. Picardía mexicana, México:
Editores Mexicanos Unidos, septuagésima cuarta edición, 1983.
MESOGRAFÍA
Hernández, Alfonso,
“El caló, el albur y el calambur en el barrio de Tepito, México”, Centro de
Estudios Tepiteños. Consultado el 10 de abril de 2012 a las 21:00 hrs en: http://www.barriodetepito.com.mx/detodo/educacion/calo_albur.html.
Tachiquín,
Maricela, “Albur, una mezcla de ingenio y misterio” en Gaceta Universitaria, Universidad de Guadalajara, 19 de octubre de
1998.
Consulta el 10
de abril de 2012 a las 21:00 hrs en: http://www.gaceta.udg.mx/Hemeroteca/paginas/87/6-87.pdf.
[1] Ángel de Campo, Héctor de Mauleón (sele. y pról.), México: Cal y
arena, 2009.
[2]
Maricela Tachiquín, “Albur, una mezcla de ingenio y misterio” en Gaceta Universitaria, Universidad de
Guadalajara, 19 de octubre de 1998, p. 8. Versión electrónica en la página: http://www.gaceta.udg.mx/Hemeroteca/paginas/87/6-87.pdf.
[3]
Alfonso Hernández, “El caló, el albur y el calambur en el barrio de Tepito,
México”, Centro de Estudios Tepiteños. Versión electrónica en: http://www.barriodetepito.com.mx/detodo/educacion/calo_albur.html.
[4] Armando Jiménez, Picardía mexicana, México: Editores
Mexicanos Unidos, septuagésima cuarta edición, 1983, p. 69.
[5] Ángel de Campo, ob. cit., p. 105.
[6] Armando Jiménez, ob. cit., p.
77.
[7] Ángel de Campo, ob. cit., p. 149.
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