domingo, 3 de junio de 2012

El albur: Una comparación entre las concepciones de Ángel de Campo y de Armando Jiménez




Literatura mexicana VI.
Profesora: Mariana Ozuna Castañeda.
Licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas.
Alumna: Aline Abril Torres Lázaro.
Título: “El albur: Una comparación entre las concepciones de Ángel de Campo y de Armando Jiménez”.
                                                          INTRODUCCIÓN
El primero de diciembre de 1884, Porfirio Díaz toma posesión y rinde protesta por segunda vez como presidente de la República. Desde ese momento, la promesa del progreso mediante el afrancesamiento se volverá el eterno mito de la llegada de la Modernidad: “Apertura de calles, creación de nuevas colonias, ejecución de obras públicas, levantamiento de edificios majestuosos, introducción de alumbrado de bombillas, diseño de jardines, monumentos, paseos, boulevares [sic]. Díaz creyó en el pasado como en una fuente de legitimidad expresa y cubrió de estatuas el Paseo de la Reforma”.[1] Pero ese progreso no logró llegar hasta los lugares más recónditos de la ciudad ni tampoco pudo salir de ella. Muchas familias vivían hacinadas en pequeñas vecindades, las calles eran sucias y estaban mal iluminadas, y el fantasma de la tifoidea comenzaba a rondar entre la población capitalina. Este sector marginal de la población era sutilmente ignorado por la sociedad oficial y fue precisamente de él del cual se inspiró Ángel de Campo para hacer muchos de sus artículos humorísticos en el periódico El Imparcial.
            Ángel de Campo inicia sus labores periodísticas entre los años de 1890 y 1891. En ese momento comienza un trabajo mucho más mercantil en El Nacional, que tuvo mucho que ver con la producción en serie y bajo presión que surge en el mundo periodístico. Durante el año de 1896, el gobierno porfirista retira la subvención gubernamental a más de cincuenta diarios, con la intención de controlar la influencia pública de la prensa. Sus recursos se destinan a un solo diario: El Imparcial. Debido a su aparición salen de circulación dos de los periódicos más críticos del gobierno de Díaz: El Siglo Diez y Nueve y El Monitor Republicano. El Imparcial no cometerá el mismo error que estos, hará un diario que divierta y entretenga a sus lectores; para hacer esto posible le pedirá ayuda a Ángel de Campo (Tick-Tack), asignándole un artículo humorístico cada siete días en una columna que llevará por título La Semana Alegre.
            Desde su trinchera, aunque tal vez no de una manera tan abierta, Tick-Tack criticará y retratará aspectos de la sociedad y algunos detalles culturales que demostrarán que la principal característica que presenta el gobierno de Díaz es la apariencia de lo que no se es: la apariencia de lo moderno. Entre los primeros asuntos en sus artículos, Tick-Tack se burla de la inútil división entre palabras nobles y plebeyas, pues la cree sin sentido debido a que lo que la Academia considera como “correcto”, en sus gramáticas y diccionarios, no tiene su correspondencia en el uso o habla cotidiana de la gente común y corriente.
            Es precisamente en este contexto dentro del cual podemos ubicar su artículo humorístico titulado “El peligro de las palabras pronunciadas con acento raro”, publicado el 26 de mayo de 1901 en su columna La Semana Alegre, incluida, como ya he mencionado, en el diario El imparcial. Compararé lo dicho por Ángel del Campo en este artículo acerca de las malas palabras, pero sobre todo del albur en la sociedad mexicana con lo dicho por A. Jiménez en su capítulo de “Idiotismos” en Picardía Mexicana (cuya primera edición data de septiembre de 1960) acerca del mismo tema. Lo que pretendo obtener mediante esta comparación es encontrar puntos en común y diferencias entre ambos escritores, pues considero que existen muchos paralelismos entre ambas concepciones, lo cual me hace pensar que la idea central de lo que es el albur no ha cambiado mucho con el paso del tiempo.   
            Antes de hacer esta comparación, realizaré a continuación una breve introducción con la intención de definir qué es el albur y cuáles son algunas de sus implicaciones.                       
1.      El albur.
Para comenzar a hablar del albur es necesario recordar cuáles son los principales rasgos que involucra la dinámica del albur: a) tiene connotaciones sexuales, b) tradicionalmente se lleva a cabo entre dos hombres, c) dentro de su práctica, ambos participantes intentarán ubicar a su contrincante como la parte sexual pasiva dentro de un relación sexual imaginaria y ellos mismos como la parte sexual activa que domina al otro. Gana el que logra “someter” al otro y deja al otro sin una contestación al albur que ha emitido.     
Blanca Estela Ruiz Zaragoza nos dice que el albur es “darle a las cosas, con palabras, cierta connotación ya sea por similitud fonética o física del concepto. Por lo general se relaciona con el sexo y con las situaciones alusivas a lo sensual”.[2] Este tipo de cosas no son mencionadas de manera directa porque suelen ser temas tabú y existe cierto temor social de mencionarlas como son realmente. Según lo referido por José Brú en el texto de Marisela Tachiquín, el albur es para el hablante una manera de burlarse de las cosas serias y poder hablar de temas prohibidos de manera abierta, pero encubierta. Quien es víctima de éste se ve perjudicado momentáneamente, pero inmediatamente pone en marcha su ingenio para intentar defenderse de los ataques de quien lo está albureando y no quedar como la parte sexual pasiva dentro de la dinámica del albur.
Alfonso Hernández, director de estudios tepiteños, nos dice, por otro lado, que el albur
 […] es un proceso de gimnasia mental cuya esgrima popular y callejera, se resuelve en un duelo verbal entre el individuo que lanza el reto y quien lo toma o lo provoca. Alburear revela el lúdico caló del populacho expresado en verso y sin esfuerzo, con una fuerte carga sentimental que alude al acto y a los órganos sexuales en todos sus usos posibles y sus metáforas imposibles.[3]
2.      El albur: Ángel de Campo y Armando Jiménez.
Armando Jiménez, autor de Picardía mexicana, nos dice que los idiotismos son:
[…] las palabras y  frases propias de un país que van en contra de las reglas de la gramática. Nuestro pueblo tiene abundancias de ellos y es indispensable conocerlos para comprender albures, cuentos, dichos, dicharachos y conversaciones cotidianas del vulgo. Cambian constantemente; la mayoría son vigentes una o dos generaciones y algunos, por excepción, alcanzan tres o cuatro. Otros adquieren tal fuerza que la Academia se ve precisada a aceptarlos.[4]
Ángel de Campo también veía en algunas de las élites intelectuales de su época (la Academia de la Lengua, para ser más precisa) una reticencia a este tipo de expresiones (a las que él no llama “idiotismos”, sino “malas palabras”), reticencia que la califica con el nombre de
[…] hidrofobia filológica, es decir, el estado de rabia, ira furor, paroxismo, arrebato, arranque o dislocamiento, o como ustedes quieran mentarlo, que se apodera del individuo y hasta la especie, cuando le dicen una palabra que en el diccionario –que parece un colegio de Gonzagas o un conventículo de ancianos -, resulta inocente y no figura, o figura en estilo figurado, o como caída en desuso, pero que el uso sanciona como contundente y ofensiva; casi una bofetada verbal.[5]  
Posteriormente, Jiménez nos habla sobre los duelos de albures y dice que “cuando los albureros son en extremo hábiles –lo cual es muy común en algunas regiones del país -, entonces la conversación parece normal y hasta recatada, pues hablan con absoluta naturalidad, a pesar de que la intención de cada frase es otra, muy distinta.”[6]
            Ángel de Campo menciona algo parecido acerca del doble sentido de los albures y de cómo, en algunas ocasiones, es difícil su desciframiento e interpretación debido a la complejidad de su articulación connotativa: “Y el sujeto de la oración, y usted y cualquiera, analiza gramaticalmente la frase y no le encuentra nada de particular, confesando que es un bendito, pues hasta las señoritas entienden y usted no se las espanta.”[7]
            Jiménez no menciona específicamente en qué lugares se lleva a cabo la dinámica del albur, pero sí da a entender que se da principalmente en los barrios bajos de la población, entre grupos marginales y específicamente entre hombres. Por otro lado, Ángel de Campo nos dice que los lugares en los que las “malas palabras” o los “albures” suelen ser emitidos son en los trenes, los teatros, las fondas, las barberías, los cementerios, los atrios de las iglesias, las esquinas, los andenes; es decir, en todos lados, porque en realidad no cree que existan limitantes claros en la locución de estas palabras. Para cerrar, hace también un cuestionamiento aún más crítico hacia la Academia de la Lengua: si estas “malas palabras” o los albures son proferidos en todos partes, ¿por qué se hallan exiliados de la literatura?   

CONCLUSIONES
La principal conclusión a la que llegué por medio de esta investigación, es que ambos, tanto Ángel de Campo como A. Jiménez, hacen una severa crítica a la Academia de la Lengua, tratando de hacer notar que ésta no incluye palabras de uso popular como lo son las “malas palabras”, ni que incluye la acepción de albur tal y como la conocemos nosotros. Los dos escritores mencionan que los albures requieren de un desciframiento y un código específico que deben conocer ambos participantes de la dinámica del juego. Quien realiza una aportación mucho más específica para la literatura es De Campo, quien nos dice que tanto el albur como las malas palabras deben ser incluidos dentro de la literatura, pues también forman parte del habla cotidiana y reflejan un tipo de relación muy particular de un sector marginal de la población.
BIBLIOGRAFÍA
Ángel de Campo, Héctor de Mauleón (sele. y pról.), México: Cal y arena, 2009.
Jiménez, Armando. Picardía mexicana, México: Editores Mexicanos Unidos, septuagésima cuarta edición, 1983.
MESOGRAFÍA
Hernández, Alfonso, “El caló, el albur y el calambur en el barrio de Tepito, México”, Centro de Estudios Tepiteños. Consultado el 10 de abril de 2012 a las 21:00 hrs en: http://www.barriodetepito.com.mx/detodo/educacion/calo_albur.html.
Tachiquín, Maricela, “Albur, una mezcla de ingenio y misterio” en Gaceta Universitaria, Universidad de Guadalajara, 19 de octubre de 1998.
Consulta el 10 de abril de 2012 a las 21:00 hrs en: http://www.gaceta.udg.mx/Hemeroteca/paginas/87/6-87.pdf.


[1] Ángel de Campo, Héctor de Mauleón (sele. y pról.), México: Cal y arena, 2009.
[2] Maricela Tachiquín, “Albur, una mezcla de ingenio y misterio” en Gaceta Universitaria, Universidad de Guadalajara, 19 de octubre de 1998, p. 8. Versión electrónica en la página: http://www.gaceta.udg.mx/Hemeroteca/paginas/87/6-87.pdf.
[3] Alfonso Hernández, “El caló, el albur y el calambur en el barrio de Tepito, México”, Centro de Estudios Tepiteños. Versión electrónica en: http://www.barriodetepito.com.mx/detodo/educacion/calo_albur.html.
Para más información, consultar en: www.barriodetepito.com.mx y elbarriodetepito.blogspot.com
[4] Armando Jiménez, Picardía mexicana, México: Editores Mexicanos Unidos, septuagésima cuarta edición, 1983, p. 69.
[5] Ángel de Campo, ob. cit., p. 105.
[6] Armando Jiménez, ob. cit., p. 77.
[7] Ángel de Campo, ob. cit., p. 149.

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